dilluns, 28 de desembre del 2009

El sobrecoste de la comunicación

Las infraestructuras de comunicación que permiten la socialización son consustanciales al desarrollo de la especie humana, y también a muchas otras especies. Pensando en clave de sostenibilidad aparecen las primeras diferencias entre ambos colectivos ya que si bien ambos establecen redes o infraestructuras de comunicación, los humanos tenemos tendencia a mantenerlas mientras que las otras especies las  eliminan una vez utilizadas evitando así un derroche de energía innecesario o inaceptable para su supervivencia y la del entorno.

Las hormigas segregan las feromonas para establecer las rutas hacia la comida, feromonas que se evaporan cuando la densidad de paso disminuye; nosotros construimos caminos, senderos y carreteras y los llenamos de señales para orientarnos. Las aves y ballenas cuentan con su canto, cada uno adaptado a las distancias y radio de acción que recorren unas y otras; nosotros necesitamos tecnología para comunicarnos más allá de unos pocos metros.

Desarrollar elementos de comunicación no deja de ser un proceso asociado a la evolución de nuestra especie, para bien o para mal. El problema radica en que no hemos llegado todavía al grado de evolución que han conseguido otras especies y estos elementos de comunicación perduran en el tiempo, consumen energía innecesariamente o convierten recursos humanos en cautivos aunque no los utilicemos permanentemente.

En el caso de las señales de humo de los nativos americanos, o las torres de vigilancia de la frontera de castillos de la marca hispánica, o de la Costa Brava frente a los piratas, para establecer comunicación era necesario un elemento emisor discrecional y un elemento receptor permanente. Dado que el receptor tenía que replicar el mensaje hacia la torre siguiente se convertía a su vez en emisor, y una larga cadena de recursos humanos se hacía finalmente necesaria para mantener la comunicación.  El poney express recorría el oeste americano para llevar mensajes y mercancías, dejando a su paso una energía consumida en el proceso, unos cuantos muertos y una pequeña infraestructuras de fuerte en fuerte.

Llegó el telégrafo que acabó con los mensajes, y el ferrocarril que acabó con las mercancías, dejando ambos una infraestructura fija pero también un gasto energético en forma de electricidad que empezaba a despuntar.
La telefonía fija consumía primigenia consumía cuando se establecía comunicación, hasta que llegaron los nodos de distribución. La televisión, la radio, y tantos otros elementos que requieren electricidad tanto si se consume como si no, y finalmente el boom de la telefonía móvil -cada X días a cargar el móvil por si acaso- las redes sociales y el cloud computing. El mantenimiento de esta infraestructura comunicativa tiene un coste energético extraordinario, cuyo impacto va mucho más allá que el de la infraestructura física que lo hace posible, y que acostumbra a pasar desapercebido.

Y sin embargo, seguimos sin hablar con el vecino en el ascensor. La comunicación más natural, la que no requiere otra tecnología ni energía que no sea la educación, el civismo y cierto grado de empatía y sana curiosidad.